Es irónico que la falsa religión más severa de todas es el
ateísmo.
Se trata de una doctrina que tiene por máxima la cretina
manifestación de la inexistencia de Dios.
Entonces, toda Su obra se distribuye según las diversas
normas que rigen la materia, según Sus propias leyes de la naturaleza, que falsamente
niegan sea creada.
Esta aberrante doctrina niega lo que a la luz de la natural
razón se puede conocer, que Dios existe.
Y fundamentados en la irrealidad de su negación proceden a
achacar todos los sucesos de Su divina Voluntad a causas naturales.
Los dogmas de esta falsa religión son muy severos, estrictos
y crueles respecto al resto de religiones, ellos achacan a la represión, el
temor o la ignorancia el que los demás fieles de otras creencias
responsabilicen a Dios de sus obras.
Como no creen en Dios, cualquier manifestación de fe
religiosa en el ser creador trascendente es inmediatamente acallada,
ridiculizada o incluso negada sin más explicaciones que la expresión de la
ridícula máxima ateísta “Dios no existe”.
La realidad es tozuda y una y otra vez muestra a los
practicantes de esta severa religión la falsedad de su premisa fundamental
sobre la que construyen las más pintorescas hipótesis y desde la que dan las
más extravagantes explicaciones. No reconocen que las aseveraciones y
racionamientos ciertos se fundan precisamente en la existencia de Dios que tan
obstinadamente tratan de negar.
Un Dios paciente que constantemente sale al encuentro. No es
extraño que el que más suele hablar de Dios suele ser el fanático seguidor de
esta falsa religión negacionista.
Los mayores atentados contra la libertad religiosa del resto
de personas que no comparte la disparatada afirmación de la inexistencia de
Dios proceden de esta falsa religión atea.
Negado el Rey del mundo, se acogen a los racionamientos que
parecen concluir en la divinización del hombre cuando en realidad terminan en
la adoración de la mentira, de su Padre, un ángel de Dios caído que usurpa el
divino puesto de la forma más imperfecta posible por la soberbia y resto de
malas hierbas que cultiva.
En la naturalización materialista del hombre, una y otra vez,
chocan con el alma. No existe campo de reeducación forzosa que subyugue la dimensión
sobrenatural de esta parte imprescindible del hombre.
En todos los casos, los seguidores de tan severa religión
caen en la superstición, la magia y la
adivinación.
Aseguran ser poseedores de toda clase de bienes, comenzando
por sus propias vidas y promueven el aborto y la eutanasia, exaltan el suicidio
y cualquier práctica que adore al Homicida desde el Principio de su existencia,
el Diablo.

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