jueves, 30 de agosto de 2018

La Iglesia es Santa


Algo que recordar que es importante meditar.

La Iglesia es Santa y no hay ni mancha ni arruga ni mucho menos pecado en Ella.

La Iglesia es víctima, la segunda después de Dios de cada uno de los pecados cometidos por sus miembros, piedras muertas, lastre de la misma.

El agredido por el depredador es el tercero en ser ofendido y luego siguen familiares en la fe, hermanos y la sangre.

El que se pida perdón  por los pecadores es parte del Misterio Corredentor por el que, cada uno de nosotros tomamos nuestra Cruz por nosotros y por todos unidos al Único Sacrificio limpio del Cordero sin pecado.

No comprender esto es no entender la Pasión y Redención de Jesús en el Calvario.

Por más gusano y lleno de pecado, irreconocible que fuera a los ojos de cualquiera, Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad y en Él no hay pecado alguno ni cometió la más leve falta.

Pues bien, la Esposa es más limpia que la Virgen María y Su vida es la del Espíritu Santo, pues no goza de otra vida que el de la Gracia.


Confusión, tiniebla y error  sobre el lago, quien lleva la barca debe ser Luz y Sal. Dejar clarísimo que la Iglesia es Santa como tenemos en el Credo y profesamos verdaderamente. El Señor duerme pero no deja Dios de velar.

Existe Iglesia Triunfal, Purgante y Militante...pero no infernal, salieron de entre nosotros pero no eran de los nuestros, aún bautizados, no son Iglesia cuando yacen condenados para siempre en el infierno.

Madre Iglesia SANTA.

J H S




Por una parte encontramos aquellos discípulos escandalizados, incapaces de querer comprender lo que Jesús ha anunciado, que lo reinterpretan a su modo y, encima, lo contarán a los demás peor, desfigurado, como una caricatura. Critican a Jesús: ya nada les parece bien de lo que dicen, acaban cobrando odio a su Persona. Jesús es bueno y manso, pero también es claro y decidido y no elude poner a cada cual ante la Verdad. Tiene paciencia, infinita incluso, pero sabe lo que hay en el corazón de cada hombre y sabe que muchos están con Él pero no creen. Éstos lo abandonarán. Mejor, así no incordiarán ni vivirán en una mentira entorpeciendo cuanto haga el Señor.


Por otra parte, encontramos al grupo de sus apóstoles, confusos, y que no acaban de entenderle, pero que han descubierto en Cristo algo que corresponde a su corazón, al deseo más sincero y hermoso de su corazón. Nadie jamás les habló así, nadie captó mejor su propia persona y la respuesta a sus búsquedas. Pedro se convierte en portavoz: "¿A quién vamos a acudir...?" Le seguirán, no se apartarán de Él. Han optado por el seguimiento de Cristo sin que Cristo les haya forzado a nada, sino poniéndolos ante su propia libertad para que decidan: "¿También vosotros queréis marcharos...?"

La falsa religión más radical que existe


Es irónico que la falsa religión más severa de todas es el ateísmo.

Se trata de una doctrina que tiene por máxima la cretina manifestación de la inexistencia de Dios.
Entonces, toda Su obra se distribuye según las diversas normas que rigen la materia, según Sus propias leyes de la naturaleza, que falsamente niegan sea creada.
Esta aberrante doctrina niega lo que a la luz de la natural razón se puede conocer, que Dios existe.
Y fundamentados en la irrealidad de su negación proceden a achacar todos los sucesos de Su divina Voluntad a causas naturales.

Los dogmas de esta falsa religión son muy severos, estrictos y crueles respecto al resto de religiones, ellos achacan a la represión, el temor o la ignorancia el que los demás fieles de otras creencias responsabilicen a Dios de sus obras.
Como no creen en Dios, cualquier manifestación de fe religiosa en el ser creador trascendente es inmediatamente acallada, ridiculizada o incluso negada sin más explicaciones que la expresión de la ridícula máxima ateísta “Dios no existe”.

La realidad es tozuda y una y otra vez muestra a los practicantes de esta severa religión la falsedad de su premisa fundamental sobre la que construyen las más pintorescas hipótesis y desde la que dan las más extravagantes explicaciones. No reconocen que las aseveraciones y racionamientos ciertos se fundan precisamente en la existencia de Dios que tan obstinadamente tratan de negar.

Un Dios paciente que constantemente sale al encuentro. No es extraño que el que más suele hablar de Dios suele ser el fanático seguidor de esta falsa religión negacionista.

Los mayores atentados contra la libertad religiosa del resto de personas que no comparte la disparatada afirmación de la inexistencia de Dios proceden de esta falsa religión atea.

Negado el Rey del mundo, se acogen a los racionamientos que parecen concluir en la divinización del hombre cuando en realidad terminan en la adoración de la mentira, de su Padre, un ángel de Dios caído que usurpa el divino puesto de la forma más imperfecta posible por la soberbia y resto de malas hierbas que cultiva.

En la naturalización materialista del hombre, una y otra vez, chocan con el alma. No existe campo de reeducación forzosa que subyugue la dimensión sobrenatural de esta parte imprescindible del hombre.
En todos los casos, los seguidores de tan severa religión caen en  la superstición, la magia y la adivinación.