sábado, 16 de febrero de 2008

Si, me gustan los chicos.

Si, me gustan los chicos.

Desde siempre me ha gustado estar con mis amigos, jamás se despertó en mí interés alguno por las chicas. Soy el segundo de cuatro hermanos; dos somos chicos, he vivido en una familia llena de amor, broncas y paz, española y tradicional, seguro que muy distinta a la tuya.

A medida que caían las hojas de la infancia, la entrada en la juventud me inquietaba con sueños y fantasías que surcaban entre conversaciones subidas y situaciones cercanas con amigos y compañeros mostrándome lo que parecía ser una puerta detrás del colorido papel de la pared de mi cuarto de juegos.

Desde lo más profundo, en mi pecho justo detrás del corazón, sentí en este tiempo la fuerza de la rebeldía que buscaba amar y comenzaba con tal fuerza a despuntar que el universo me parecía pequeño y próximo, fue por entonces cuando decidí adoptar una estrella del cielo en la que fijarme cuando a nadie podía yo hablar, sí, me apropié de una que me pareció estar menos rodeada, más sola pero que tenía un fuerte brillar, esa sería mi estrella para siempre, bajo su luz meditaba, pensaba, soñaba. La encontraba y ella escuchaba.

En aquellos años mis ojos recorrían multitud de imágenes de torsos, bíceps, brazos y piernas matizando entre las sombras cada rasgo del joven modelo de la colonia o anuncio que ojeaba, temiendo a cada rato ser descubierto, mirando un tiempo más que de sobra, lo que era un anuncio de un bañador o ropa interior, los deportistas iban en cabeza de mis predilecciones, mientras estudiaba historia de Grecia y Roma con los emperadores y favoritos que enardecían mi rebeldía alazana y me hacían volar por las muy tiernas praderas de mi pequeño mundo a explorar.

La soberbia en mis estudios me bañaba en complacencia, las guerras y batallas, los actos heroicos y biografías, forjaban en mi mente imágenes de bellos Apolos, crecía mi deleite por cada rasgo de exaltación masculino, cada escultura de piedra como si de carne la viera, pronto olvidé –para siempre- a las hijas de Eva, alejaba oídos y de tratar asuntos de sexo con mi padre y de los comentarios bastos de amigos que se centraban en todo aquel imán que no atraía mi fierro, me refugiaba en mí, pues a los demás; ¿cómo explicar lo que sentía?, ¿cómo decir lo que a mí tanto me gustaba?. No podía, mi orgullo me atrancaba, la vergüenza me asfixiaba. No. Los mandamientos no hablan nada de atracciones, me decía, mientras no pasara la línea de los actos -lejos estaba de imaginar fueran de tal naturaleza- pues el mirar curioso, estar, tocar, eran suficiente osadía que hacía latir a mil mi corazón descubridor recién embarcado. Yo pondría mi propio orden pues no soñaba con pitos sino con chicos.

Tras esta decisión que alteró el Cosmos, los años discurrieron sumergido en los estudios, los deberes y mis libros. Huía de equipos de fútbol, vestuarios, baños y duchas, cada imagen se agolpaba en las noches de mis sueños, unos chicos no me movían y otros me apasionaban, me enamoraba, entre oraciones, propósitos y confesiones, atormentado mi mar se agitaba...
Soy un chico; me gustan los chicos.

Rebosante de orgullo, pronto mis ojos miraron a Dios.

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